La violencia ecológica: el coste invisible de nuestra comodidad

La actual ola de calor nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre los aspectos menos visibles, pero igualmente significativos, que hay detrás. Es para ello crucial explorar las causas subyacentes de este fenómeno y no solo los efectos inmediatos y cercanos que experimentamos. Si no abordamos estas circunstancias fundamentales, el calentamiento global seguirá avanzando. Y lo hará en forma de altas temperaturas, sequías, pérdida de cosechas, aumento de precios, disminución del confort ambiental y otros efectos cada día más devastadores. Así pues, vamos allá.

La explotación desmedida de la Naturaleza, trascendiendo los límites establecidos por ésta es una forma de violencia, a la que denominaré «violencia ecológica», que se traduce en una economía corsaria y de colonización. Economía corsaria entendida en sentido literal: como saqueo de la Naturaleza bajo el amparo del derecho estatal. Ésta opera como una auténtica lettre de course o patente de corso, que permite a los seres humanos hacer con impunidad aquello que las leyes de la biosfera vedan. Y economía de colonización pensada como el asentamiento sobre el terreno y explotación de la biosfera con la máxima eficiencia.

El mecanismo para la aplicación de esta violencia es un estado excepción que se ha instaurado de facto. A través de él las normas y regulaciones estatales se suspenden o se adaptan para permitir y fomentar la explotación sin restricciones de los recursos naturales. El resultado es: extinción de especies, destrucción de hábitats y desequilibrio de los ecosistemas.

La consecuencia de esta explotación desmedida de la Naturaleza es la eliminación física de partes de ésta. Lo vemos en la deforestación masiva de bosques, la degradación de ecosistemas acuáticos o la contaminación del aire y el agua. La Naturaleza es convertida, así, en un «campo de concentración» y de exterminio. En él los intereses económicos priman sobre el valor intrínseco de la vida y la sostenibilidad del planeta.

Para comprender este estado de cosas, la tesis sobre el totalitarismo moderno de Giorgio Agamben brinda una perspectiva interesante. Al igual que en un régimen totalitario, donde el Estado ejerce un control absoluto sobre la vida de los ciudadanos, la explotación desmedida de la Naturaleza es manifestación del deseo de control total sobre ella. Y en esta relación los mecanismos legales y económicos actúan como herramientas de dominación que permiten la explotación sin límites y legitiman su destrucción.

Las metáforas anteriores, a pesar de su literalidad, ponen de manifiesto que somos una parte de la Naturaleza y no algo ajeno a ella. Y nos invitan a reflexionar sobre la contradicción inherente en la forma que tratamos a la Naturaleza. En consecuencia, su explotación incesante y despiadada, protegida y favorecida por el marco legal establecido, puede ser calificada como una «guerra civil legal». En ella, como en toda guerra, las personas y comunidades más vulnerables son las que resultan más perjudicadas.

La ola de calor y las temperaturas anómalas, así como la sequía que sufrimos es solo una pequeña muestra de las consecuencias y efectos que trae esta «guerra civil legal». Su intensidad y alcance nos recuerdan la urgencia de tomar medidas concretas y significativas y de no continuar permitiendo que la explotación de la Naturaleza ponga en peligro nuestra supervivencia, en aras del beneficio económico.

Si queremos ser los arquitectos de un mundo donde la coexistencia entre seres humanos y Naturaleza sea la base de nuestra existencia. Si queremos brindar un bienestar compartido y un futuro próspero para las generaciones venideras, es hora de dar un giro radical abandonando la explotación desmedida de la Naturaleza. Es hora de desechar la idea de que el crecimiento económico sin límites es la vía hacia la prosperidad.

En nuestras manos reside el poder de transformar la violencia ecológica en armonía y forjar un futuro en el que todos podamos florecer plenamente y para ello tenemos que ordenar la economía.

Para ello es imperativo que los gobiernos y las instituciones asuman un rol activo, junto con los ciudadanos. Que se promulguen leyes económicas y ambientales sólidas y efectivas que establezcan límites y prohíban la explotación indiscriminada de los recursos naturales. Se aprueben regulaciones respaldadas por políticas de cumplimiento estricto. Se establezcan sanciones contundentes para aquellos que violen las normas establecidas. Y se practique una rendición de cuentas clara y efectiva, que sirva para garantizar la aplicación adecuada de estas leyes y salvaguardar la integridad de nuestro entorno natural.

En conclusión, enfrentar la explotación desmedida de la Naturaleza requiere cambios a nivel individual. Y políticas gubernamentales sólidas, cooperación internacional y justicia ambiental. Solo a través de un esfuerzo colectivo podemos detener y revertir la destrucción de la Naturaleza. Y construir un futuro sostenible y próspero para todas las formas de vida en nuestro planeta.

Francisco Soler

Coportavoz

Cambia-Partido del Clima

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