A partir de los años noventa del siglo pasado las guerras en Oriente Medio no son solo una derivada de la expansión de Israel y la apropiación de las tierras palestinas. Son parte de una lucha cada vez más frenética para encontrar, extraer y poner a la venta combustibles fósiles. El conflicto palestino-israelí hoy tiene notas como la deriva energética gazatí que no estaban presentes en el inicio, pero que hoy deben ser consideradas. Este asunto, sin embargo, no se incluye por los medios dentro del marco del conflicto palestino.
A partir de entonces los dirigentes israelíes y palestinos comenzaron a discutir sobre los depósitos de gas natural existentes frente a las costas de Gaza. Un inmenso campo de gas que podía podría haber sido eficazmente explotado de forma conjunta por Israel, Siria, Egipto Chipre y los palestinos. Las autoridades israelíes, sin embargo, proclamaron desde el inicio que la «mayor parte» de las recién confirmadas reservas de gas estaban «dentro de las aguas económicas de Israel». Y anunciaron que no dudarían «en utilizar toda su fuerza para proteger lo que consideraban suyo».
El estado de Israel en el año 2000 que tenía, «una economía en rápida expansión, escasos combustibles fósiles y unas relaciones terribles con sus vecinos ricos en petróleo, se encontró enfrentando una escasez energética crónica.» En vez de intentar afrontar el problema con el desarrollo de fuentes de energía renovable, exigió a los palestinos que fuera Israel quien recibiera el gas de Gaza. Y reclamó, además, el control israelí de todos los ingresos destinados a los palestinos para impedir que «el dinero se usara para financiar el terrorismo». Se hizo aún sabiendo que esta exigencia no sería admitida por ninguna facción ni dirigente palestino. Con ella llegó la era de los conflictos de los combustibles fósiles en el Mediterráneo oriental. El resultado han sido varios intentos militares israelíes fallidos en pos de las reservas de gas en 2007, 2011, 2012 y 2013.
Esta exigencia no es solo un rechazo a una autonomía palestina, siquiera limitada, sino que esconde una disputa energética. A la intransigencia israelí inicial se ha unido ahora la codicia energética. Una de cuyas consecuencias ha sido la paralización de la explotación de los recursos gasísticos por los palestinos. Otra fue la voladura de los Acuerdos de Oslo. El corolario es que la pugna por los combustibles fósiles se ha colado en el centro de las relaciones entre Israel y Palestina.
El escenario que se ha abierto en Europa tras la invasión de Ucrania en febrero de 2022 ha obligado a la Unión Europea a buscar nuevos proveedores que le permitan reducir su dependencia del gas ruso. En este contexto el gas del Mediterráneo oriental es un recurso de alcance estratégico para asegurar la seguridad energética de la Unión Europea.
Esta coyuntura ha generado una comunión de intereses entre la UE e Israel en torno al gas. Que explica la tibieza de la respuesta europea y el respaldo que ésta ha mostrado a Israel tras la agresión terrorista de Hamás. Aclara porqué mantiene un criterio diferente respecto a Israel en la guerra de Gaza del defendido en la guerra en Ucrania. «Si cortar el suministro de agua, comida y electricidad en Ucrania [era allí] un crimen de guerra», también lo es en Gaza. Y porqué la UE ha rechazado pedir el alto el fuego junto a la ONU.
No hay excusas para el despiadado ataque de Hamas contra Israel. Ni hay duda de que Israel tiene derecho a defenderse. Eso no significa que el estado israelí pueda aplicar la brutalidad que se está usando en su respuesta. Ni que pueda considerar Gaza como una base militar enemiga. Si Israel sigue violando el derecho internacional y humanitario, y convirtiendo Gaza en un charco de sangre, la UE tampoco debe dudar en imponer sanciones al estado israelí por la perpetración de crímenes de guerra sobre la población gazatí. De igual manera que las ha impuesto a Rusia por los cometidos en Ucrania.
Este ignorado aspecto energético del conflicto palestino, esclarece, además, la negativa del Parlamento Europeo a que hablen en la cámara las víctimas de Hamás, pero no las de lsrael. La prohibición de las manifestaciones a favor de palestina en Francia, Alemania e Italia. La cancelación de la entregada de un premio literario a una escritora palestina en la Feria del Libro de Fráncfort. La identificación de manifestantes propalestinos. La sanción por ondear una bandera palestina en el estadio de futbol. La prohibición de la intervención de un diputado en el Parlamento Europeo por llevar un pañuelo palestino. O el rechazo de esa institución a pedir también un alto el fuego que ya está pidiendo la ONU.
Esta manera de actuar de la UE evidencia el doble rasero que aplica al conflicto palestino. Con él contradice los valores y principios que afirma respaldar, debilita su credibilidad a nivel global y pone de manifiesto la bancarrota moral y la impotencia política en que se halla Europa.
El conflicto palestino ha experimentado un giro sustancial, como ya dije. Un Israel «más desesperado energéticamente, [ha] «incrementando sus capacidades militares de forma significativa.» Y, a su vez, los otros países en conflicto «han encontrado (…) socios mayores y más poderosos para que les ayuden a reforzar sus reclamaciones económicas y militares. Esto significa que «la crisis alrededor del gas natural del Mediterráneo oriental no ha hecho más que empezar.» Y que existe la posibilidad cierta que se desencadenen «guerras aún más brutales por el gas.»
Israelíes y palestinos, a pesar de toda la sinrazón que les rodea, tienen derecho a poder celebrar en paz el Yom Kipur y el Día de Arafat. En este conflicto en el que la ira, el miedo y el odio se han adueñado de todo, la solución reside en el mutuo reconocimiento de israelíes y palestinos de su derecho a convivir en paz y en la reactivación del Acuerdo de Oslo, porque sin una solución justa no habrá paz. Pero para ello primero habrán de ser desvelados los intereses que hay detrás de este antagonismo que mantiene a ambos pueblos como rehenes de una guerra sin solución. La prueba es la incapacidad de los países reunidos en la Cumbre de Egipto de alcanzar un consenso sobre una petición de alto el fuego. ¿A quién le interesa que la memoria colectiva reinvente creativamente lo sucedido?
Francisco Soler Luque
Co-Portavoz
Cambia-Partido del Clima